viernes, 14 de octubre de 2011

Con el viejo Rock and Roll que se enroscaba en las paredes,entre el grueso humo de doscientos cigarrillos,el pedante olor a marihuana,y el ruido de aquel sexo perturbado y olvidado por el alcohol,la vio.
Tan intrigante como siempre,con su mirada puesta en algún lugar cien mil millones de kilómetros Este de allí.
Alta,más delgada,y con el pelo castaño claro,largo,mucho más largo,teñido a brochazos de colores distintos y con plumas colgándole. Algunos tatuajes más desde la última vez que la vio,y posiblemente muchas más cicatrices,algunas externas,pero la mayoría internas.Cicatrices de las que nunca le hablaría y sobre las que nunca le preguntaría,pero que él sabía que la habían convertido en la mujer dura y fuerte que ahora mostraba ser.
De repente recordó aquella foto en la vieja cómoda de casa de sus padres,cuando ellos todavía vivían juntos,todavía eran una familia,todavía se querían.Cuando con tres,cuatro,cinco,seis,siete,ocho,nueve, diez,se pasaban horas escondidos debajo de las mesas,a ver quien aguantaba más ante la oscuridad. Debajo de aquella mesa donde ella le retó a besarla,y corrió cuando él lo intento. Debajo de la misma mesa donde pararon de esconderse de la oscuridad y por una noche, jugaron a ser parte de ella. Ella quince,él diecisiete.
Y echo de menos esa infancia,de juegos,inocencia y golosinas del mercadillo de los domingos.Los mejores amigos del mundo.Echo de menos a aquella niña valiente,sin pelos en la lengua que siempre jugaba a ser más fuerte que los chicos que corría detrás de él por todo el bosque,y tan solo se paraba para pedirle un deseo a su árbol de hadas.
Incluso ansío esa adolescencia,que habían pasado,en mayor parte,sin hablarse y odiándose cada uno por sus respectivas razones que nunca se llegaron a contar.A aquella chica,que siempre parecía estar perdida y con la que apenas cruzó un par de palabras,aquella que le miraba preguntándose donde habían quedado sus siempre,y que le acusaba de estar echándolo todo a perder.
Ella, que dejó la universidad para ir de misionera a la India,que luchó por el feminismo y decidió vivir en un país diferente cada vez que un hombre le rompía el corazón;tan rara e impredecible como siempre. Chisporroteando esa luz y energía que hacía que todos a su alrededor giraran en torno a ella.
En el mismo bar de carretera,al fin.
Y la llamó,una,dos,tres veces por su nombre.
Pero aunque le miró, esta vez no le vio de verdad.
O escogió no hacerlo.
Había llegado tarde.
Sus sentimientos de acero,habían empezado a dejar de quemar.Y por su mirada,supo que no estaba dispuesta a volver a permitir que estos empezaran a abrasarla otra vez.Y mucho menos por el hombre, que la quemó por primera vez en su vida, varias y repetidas veces además.

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