Quiero hundirme en la dorada arena del desierto, donde la calma abanique mi alma, y donde el mar no llegue a alcanzarme. Pero ahora me adentro en el mar, en una barca guiada por búhos, en la que la soledad me hace compañía, la sal cubre mi ropa y mis pestañas se humedecen. Las cien dudas rompen la espada, unas manos frías recogen los pedazos, pero no se cortan. Oigo el aullido del lobo, y el miedo le desea buenas noches a mi alma. Pero yo me escapo entre los árboles, y correteando por el camino correcto, he abierto los ojos para dejar de ver a Orfeo en sueños y verle en la realidad.
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